Durante muchos años hemos convivido con un paradigma que nos llevó a confundir los derechos con las necesidades. Creo que todos coincidimos con que cualquier ser humano tiene derecho a una vida digna. Pero qué tiene que ver esto conque una persona tenga necesidades distintas a otras. Todos las tenemos.

Y para ejemplificar esta idea que viene rondando en mi cabeza desde que hablé con mi amiga Mequi, maestra integradora de un colegio en Buenos Aires, es que creo que el ejemplo más claro se da en el ámbito de la educación.

He escuchado muchas veces a familias que conviven con hijos con discapacidad o alguna condición quejarse por no sentir que a sus hijos se los trata igual que al resto de los compañeros. Me pregunto si tu hijo no es igual a otro, más allá de la condición con la que viva, ¿cómo se espera que se lo trate igual?. Ojo, y no me refiero al derecho que, repito, tenemos todos a una vida digna y ser tratados con respeto. Me refiero a necesidades.

Si a mi hijo a lo largo de su trayectoria escolar no lo hubieran mirado desde su individualidad y sus necesidades, quizás no se hubiera podido recibir y hasta no la hubiera pasado bien. Y yendo a las particularidades del caso, nuestros hijos necesitan otras cosas que quizás algunos compañeros no. Quizás necesitan adaptaciones curriculares, que se les recuerde tomar una medicación, que sean sacados del aula para estar más tranquilos, que se les hable más pausado, que se les insista las cosas…quizás tu hijo sí necesite que se lo mire y aborde distinto al compañero de banco. ¿Y? ¿Cuál es el problema? Si se lo está mirando para que de lo mejor que pueda y, lo más importante, habilitando a que sea como es.

¿O será que a veces somos los adultos, los padres, que creemos que nuestros hijos tienen que ser iguales a todos porque aún no aceptamos como son? Y así confundimos «los derechos» con las necesidades…